Por Fuentenebro.
No sé por qué se lo dije en ese momento, pero la subida por el monte me había dejado roto. Todo el maldito día caminando para buscar níscalos…, ¡pero si ella sabía de sobra que ya casi no quedaban! Yo creo que justamente por eso se decidió a hacer ese revuelto. Tampoco es que me gustase mucho y lo sabía de sobra. ¿No lo iba a saber después de 15 años? Dios mío, 15 años ya…
Y mañana tendré que aguantar a la bruja de su madre, como todos los Domingos desde hace 15 años y un mes.
Siempre pensé que fue ella la que acabó con Manolo, y no el cáncer de pulmón como dijeron en el Hospital. Al fin y al cabo, con el cáncer vivió muchos años y no lo llevaba tan mal, es verdad que tendría que haber dejado de fumar…pero la que lo mató fue ella, todo el santo día detrás de él gruñendo, amargándole la vida hasta consumirlo.
-Manolo, coge el jersey que parece que va a enfriar y luego soy yo la que tiene que cuidarte.-
-Manolo, si vas a bajar a Villanueva trae el pan de Casa Penlés que es el que nos gusta a todos, y no ese otro que coges en Chichapán.-
- ¡¡Manolo!! ¡Deja el cigarro de una vez o se lo digo al médico! El día que te mueras, no pienso ni ir a tu entierro.- Y se lo decía con esa cara fea y amargada, que para acostarse con ella, mi suegro seguro que le echaba la manta por encima y le tapaba la cara
¿Toda la vida trabajando como un negro para mantener a su familia, para luego no poder fumar un cigarro si le daba la gana?...Dios, qué asco de vida.
Y solo cogí seis níscalos, a ver con qué cara entraba en casa con esa mierda de cesta. Ya me la estaba imaginando:
-Claro, seguro que en vez de buscarlos estabas mirando el río a ver si veías truchas. Basta que yo te pida algo para que sea justamente eso lo que no puedes hacer.
Si te hubiera pedido unas truchas para la cena…me vendrías con la cesta llena de setas.-
Cuando abrí la puerta la vi ahí, en la cocina, con esa sonrisa que ponía a veces y que yo nunca entendí. Como si supiera algo que nadie más sabía, como si tuviera algo que no tenía nadie más.
Entonces, lenta y suavemente, se lo dije:
-Adela, ¿engordaste un poco o son cosas mías?- Y mientras veía apagarse esa sonrisa de sus ojos, me agaché un poco para darle un beso en los labios.
-No te preocupes, mujer, si para los años que tienes, te conservas muy bien".
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