Por Alex Sánchez.
Aun recuerdo como paseaba mi "Barcelonidad" con orgullo por pueblecitos del Norte de Holanda o de la Alemania profunda, lugares donde Barcelona era como el Shangri-la o la ciudad de las promesas de Pione, arrancando ohs de admiración entre arquitectos, diseñadores y publicistas. Hace ya más de 20 años de eso y como otros he visto diluirse y perderse esa pasión e ilusión por enorgullecerme de vivir en una de las mejores ciudades del mundo. Puede que lo siga siendo, a buen seguro una de las más caras. Recordarás que a pesar de vivir en un pueblecito dentro de la gran urbe (nuestro barrio seguía de lejos los ritmos de la ciudad automarcandose los suyos propios en función de las necesidades de sus aldeanos), pero allí estábamos, bajando a merendar a antiguas granjas de reconocidísimas calles que hace tiempo dejaron paso a tiendas de postales de diseño para turistas; paseando con tranquilidad por callejuelas del centro donde el cruce con alguna prostituta "nacional" era mera anécdota y en las que la máxima sensación de peligro era la desorientación en un mar de pasajes, callejas, donde el borracho autóctono no suponía mayor inconveniente que la inversión de tiempo dedicado a oír su perorata. Aquella ciudad perdió su encanto para mí hace tiempo. Busqué un lugar lejos de ella para vivir, un pueblecito donde recuperar las sensaciones que me habían acompañado en mi infancia, un lugar donde mis hijos pudieran salir a jugar a la calle y no dar por imposible todo lo que algún powerpoint nos recuerda que hacíamos y que hoy sería impensable reproducir en la ciudad, una casita con jardín, ese sueño prohibido.Y ahora, como tantos otros, ya no siento nada, casi te he olvidado y no lo lamento, quizá la culpa fue de los que quisieron y quieren convertirte en una atracción turística, los mismos que ahora hacen viviendas de las oficinas en Paseo de Gracia, intentan emular a ciudades como Londres o Nueva York y se equivocan, esas ciudades siempre supieron escuchar a sus habitantes y crecieron a su ritmo, es triste, pero hay ciudades que cambian de rostro y se vuelven desconocidas incluso para sus propios moradores.Que te vaya bien ciudad, ya no te necesito y no te añoro.
1 comentario:
Estaba leyéndolo y encontraba una diferente manera de escribir...pero hasta el final no vi que era otro el autor.
Me imagino que lo que cuentas será algo común a muchas ciudades grandes, reconozco que siempre fui partidaria de las pequeñas ciudades de provincias.
Diecisiete años viviendo en un pueblo te permite disfrutar de una infancia especial, de una filosofía de vida distinta...pero también te muestra el lado oscuro que casi todas las cosas tienen. Te fumas el primer cigarrillo en la orilla del río, lejos de casa y de las calles conocidas...das el primer beso ya de noche y sin nadie cerca...y al llegar a casa encuentras a tu madre con la zapatilla en la mano y un detallado relato de los hechos, escena a escena. El cine ya cerró, teatro hubo uno hace más de cuarenta años, la Biblioteca ya casi la leíste entera...
Los pueblos suelen ser el paraíso de la infancia y un placer para nuestra madurez (especialmente cuando trabajas en la ciudad y el pueblo está ahí, esperando, para servir de descanso al guerrero), pero para el resto de la película...prefiero una pequeña ciudad tranquila.
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