miércoles, 30 de julio de 2008

Crónicas de un tiempo sin líneas (IV)

Reclusión

-Este tribunal decide condenarle a setenta y cinco años de reclusión. Esta medida está en consonancia con la brutalidad de los delitos cometidos por usted. Para nuestra sociedad usted es una aberración, una disfunción incomprensible para todos. Por esta razón recurrimos a una solución extrema: la reclusión. Así como pena accesoria le condenamos a que todos sus recuerdos le sean borrados, su identidad permanecerá en suspenso hasta el cumplimiento íntegro de la pena.

-Apelaremos Señoría- grita mi abogado.

-Está en su derecho- contesta el presidente del tribunal. Pero antes de que lo diga, le anticipo que la ejecución de condena no será suspendida mientras se resuelve el recurso. Si su apelación prospera, su representado será sacado de su estado de éxtasis, su conciencia, identidad y recuerdos serán recuperados. Pero hasta ese momento, si llega, su representado cumplirá la condena.

Mientras juez y abogado discuten, sólo pienso que pasaré casi la mitad de mi vida en un sueño sin conciencia, sin memoria, creyendo que estoy siendo castigado, pero sin estar seguro de si realmente es un castigo, sin conocer la razón. Para cuando despierte no me reconoceré, la imagen envejecida que veré reflejada será de otra persona y posiblemente nadie me reconozca y quien sí lo haga fingirá no conocerme. A esto último ya me he acostumbrado. En estos seis meses de proceso nadie se ha tomado la molestia de visitarme, ni amigos ni familiares. Todos han mirado en otra dirección o como mis padres, se han encerrado en casa, demasiado avergonzados como para salir al exterior. Mi nombre ha sido borrado de la familia, ya no existo ni en el pasado, sólo en el expediente de la causa abierta contra mí. Incluso los otros presos rehuían mi compañía, notaba el miedo y el resentimiento en sus miradas, en sus gestos. Tenían miedo a que mi presencia entre ellos, la cercanía o el contacto físico los pudiera contaminar con mi delito, como si este fuera una enfermedad infecciosa.

Al menos tendré el consuelo que durante estos años de reclusión no seré consciente de este vacío social. Creí defender a mi especie y los intereses de la compañía. Cuando descubrimos aquel planetoide rico en nuestra fuente de energía y comprendimos que aquel pequeño planeta podría el solo cubrir nuestras necesidades energéticas durante varios cientos de años, nunca pensé...

¡Qué diablos! A quién trato de engañar, ya no estoy delante del tribunal, sabía perfectamente que aquellos filamentos rosados necesitaban nuestra fuente de energía para sobrevivir y tampoco puedo negar que sabía perfectamente que aquella trama de filamentos esparcida por todo el planeta era una forma inteligente de vida, quizá la inteligencia de un hormiguero, pero lo suficiente para primero tratar de comunicarse con nosotros y después de defenderse. Incluso cuando el oficial científico señaló unas columnas de casi diez metros como construcciones artificiales, una forma orgánica de colectores solares que permitía la transformación del codiciado mineral en energía. El sustento de los filamentos, ignoré sus advertencias. La codicia, el deseo de un éxito rápido y fácil me cegó.

Sólo la integridad de los oficiales y tripulantes de la nave impidió que continuara cometiendo el crimen más horrible concebido por nuestra sociedad, la destrucción de otro ser vivo de forma premeditada. Lo peor de todo es que nada de eso era necesario. Tras mi arresto, el primer oficial, después de pedir disculpas y asegurar que el responsable de la destrucción sería castigado, pudo llegar a un acuerdo con aquellos filamentos. Resulto que sus deshechos aún continuaban siendo ricos en el codiciado mineral. Luego todo fue sencillo, un acuerdo justo y a cambio, cientos de años de suministro energético.

El juez interrumpe el repaso de mis inútiles actos.

-Retiren al condenado- Un guardia se acerca a mí, pero el juez lo detiene con un gesto, y mirándome fijamente, me parece que incluso con odio, dice:

-Le advierto que cualquier intento por su parte de acortar la condena o tentativa de fuga, sólo llevará aparejados más años de castigo. Incluso puede ser obligado a reiniciar su condena desde el primer día, así hasta el día de su muerte. Otros ya lo han intentado antes, ninguno ha logrado eludir el cumplimiento de su pena, nunca nadie ha logrado escapar de sus actos ni de nuestra justicia.-Mira al guardia. -Ya puede llevárselo.

Mi abogado me acompaña camino de la cámara de tránsito, ese será el lugar en el cual mi cuerpo permanecerá recluido mientras cumplo condena.

-No se preocupe- dice mi abogado -tengo muchas esperanzas en la apelación, no ha quedado del todo demostrada su premeditación. Lo miro con poco optimismo, quizá él tenga alguna duda, quizá el sistema tenga una grieta, pero ni el juez ni yo teníamos ninguna duda. -¿Y si la apelación funciona? ¿Cómo lo sabré?

-No se preocupe, lo sabrá,- responde con el entusiasmo de quien espera dejarme pronto para poder sumergirse en la apelación de su vida. -No conozco los detalles concretos del proceso, sólo sé que la extracción puede ser traumática, pero en pocas horas le devolverá su vida. Evidentemente los recuerdos de sus años de reclusión no desaparecerán. Eso sólo ocurriría si su inocencia fuera completamente demostrada y este no es el caso, ni lo será. Con la apelación, en el mejor de los casos lograremos una reducción de la condena o un cambio en el régimen penitenciario. Un exilio en algún planeta helado o desértico, pero no espere mucho más. En su encierro no recordará nada de su actual vida, pero cuando regrese todo ese tiempo estará en su mente.

En el pasado, cuando aún era libre y tenía toda la vida por delante, vi a otros exreclusos. Parecían almas en pena, desorientados, murmurando frases incoherentes. Sólo eran despojos, sombras de quienes fueron y pudieron ser. Algunos de ellos, los más lúcidos podían volver a tener una vida casi normal, incluso unos pocos eran reintegrados en sus antiguas familias, pero estos eran la excepción.

-Aquí me despido- dice mi abogado -no puedo ir más adelante-. Miro al abogado, no le guardo rencor, no lo ha hecho mal, pero no se lo había puesto fácil. Para librarme no hubiera necesitado un abogado, sino un milagro. Pero aún así guardo en él mis últimas esperanzas.

Dos hombres de blanco me acompañan. Me introducen en una sala tan blanca como sus uniformes, inmaculada, y donde no parecen existir paredes. En el centro una cámara colocada en posición horizontal. De algún lugar surge una voz.

-¿Tiene usted alguna pregunta antes de iniciar el procedimiento?

-No… bueno sí.

-¿Cuál es su pregunta?

- Si no recuerdo quién soy y dónde voy a estar, ¿cómo podré evitar tratar de escapar?

-No debe preocuparse. Se le implantará a nivel subconsciente un impulso de permanencia, no deseará abandonar ese lugar, permanecer allí le parecerá lo más importante de su vida. Algunos llegan hasta el punto de hacer caso omiso de este impulso, pero son una excepción. ¿Alguna pregunta más?

-No, no tengo más preguntas-. De hecho tengo miles, todas las que se me puedan ocurrir para evitar empezar el proceso, pero sé que nada lo evitará, así que decido obedientemente tumbarme en la cámara. Se cierra una cúpula transparente, un gas parece filtrarse desde mis pies inundando el cubículo. Empiezo a notar un sueño pesado, me resisto a caer en el vacío de la inconsciencia, pero pronto todo se oscurece y desaparece.

Noto calor, pero este se interrumpe bruscamente por una fuerte presión en mi cuerpo, noto frío, presencias a mi alrededor, alguien hurga en mi boca. Abro los ojos y una luz intensa me deslumbra, estoy desorientado, una voz que no se dirige a mí dice:

- Felicidades, ha sido un niño- Entonces trato de hablar, pero de mi garganta sólo sale un estridente llanto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Ja, ja, ja!! Desde luego, no me esperaba ese final.